Hacienda somos todos… menos ellos

O cómo la Administración se ha convertido en una maquinaria impune de extorsión institucionalizada.

Hay que decirlo sin rodeos: la forma en que funciona actualmente la Hacienda Pública en España es una perversión del concepto de justicia tributaria. Se ha desnaturalizado tanto que lo que debería ser un sistema de recaudación justo y equilibrado se ha transformado en un aparato implacable, diseñado no para servir al ciudadano, sino para exprimirlo.

La clave de esta tragedia nacional está en un pequeño gran detalle que casi nadie conoce fuera de los círculos afectados: los inspectores de Hacienda cobran bonus por productividad. ¿Y cuál es el criterio para medir esa productividad? ¿El número de casos correctamente cerrados? ¿La recaudación neta tras el juicio? No. Cobran simplemente por abrir expedientes.

Sí, has leído bien. Un inspector puede arruinarte la vida con una acusación infundada, abrir un expediente completamente erróneo, y aun así cobrar su incentivo económico. Si años más tarde un tribunal le da la razón al contribuyente —después de gastos, desgaste emocional, embargos preventivos y años de litigio—, al inspector no le pasa absolutamente nada. Ni devolución del bonus. Ni responsabilidad personal. Ni disculpas. Ni consecuencias.

El contribuyente, mientras tanto, ha sido triturado.

Este modelo no solo premia el abuso: lo incentiva. Se comporta como una máquina recaudatoria ciega, donde lo importante no es tener razón, sino meter miedo. ¿Qué haces cuando te llega una notificación de Hacienda acusándote de fraude fiscal? ¿Luchar? ¿Demostrar tu inocencia? Mejor paga. Porque si te enfrentas al sistema, el castigo será ejemplar: tendrás que adelantar toda la cantidad, sumarle multas, recargos, costas… Y si, después de años, logras que la justicia te dé la razón, Hacienda te devolverá lo que cobró… pero ojo, se quedará parte de los intereses generados por el dinero que te quitó indebidamente. Una estafa legal.

Esto no es un servicio público. Esto es una mafia. Pero con membrete oficial.

Y mientras tanto, ¿qué pasa con los servicios públicos por los que pagamos esos impuestos? Vas a un hospital y hay lista de espera para todo. Vas al ayuntamiento y te atienden con suerte… si no es martes por la tarde o jueves a las once, que “hoy no hay nadie”. España tiene más funcionarios que nunca en su historia, y los servicios públicos están peor que nunca.

Antes ser funcionario era un honor. Era sinónimo de vocación, de servicio al ciudadano, de compromiso con el bien común. Hoy parece que hay que pedir perdón por molestar en la ventanilla. Y no porque todos sean vagos o incompetentes —que no lo son—, sino porque el sistema ha perdido el norte: más burocracia, menos humanidad. Más papeleo, menos sentido común.

¿Querías Estado del Bienestar? Esto ya no es bienestar. Es Estado del Castigo. Y encima te sonríen desde un anuncio institucional diciendo “Hacienda somos todos”. No, Hacienda sois vosotros. Los de dentro. Los que cobráis por arruinar al de fuera.

Y si esto no se cambia pronto, mal vamos.


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