Nací el 27 de noviembre de 1975, siete días después de la muerte de Franco. Crecí viendo cómo España cambiaba, cómo surgía una democracia joven llena de esperanza. Durante años, confié en el PP como herramienta para defender la libertad, la ley y la prosperidad. Hoy miro alrededor y veo un país que se desmorona. Veo un sistema agotado, una clase política mediocre, y un PP incapaz de ofrecer nada que no sea la administración de la decadencia.
El abismo está frente a nosotros. Y mientras tanto, algunos siguen esperando milagros de los mismos que han demostrado que no los harán. Es hora de moverse, de actuar, de exigir el cambio real. Porque si seguimos esperando, seremos cómplices de nuestra propia ruina.
El PP ha hecho de la promesa rota su marca de identidad. Almeida en Madrid prometió eliminar Madrid Central. No solo no lo eliminó: lo reforzó. Rajoy prometió derogar leyes ideológicas de la izquierda. No solo no lo hizo: se dedicó a administrar la herencia socialista. Cada elección es un teatro, una puesta en escena de compromisos que saben que no cumplirán. Es el arte de traicionar sin sonrojarse.
El PP no quiere ni puede cambiar nada porque es parte del problema. Son burócratas del fracaso, supervivientes profesionales de un sistema que se hunde pero que a ellos aún les garantiza poltronas y privilegios. No conocen otra vida que la del despacho, la subvención, el sueldo público. No lucharán contra el sistema que les alimenta.
Mientras tanto, el mundo está cambiando. En Argentina, Milei ha apostado por destruir el clientelismo, cerrar ministerios inútiles y acabar con el saqueo público. Está siendo brutal, pero es la única alternativa al colapso. En El Salvador, Bukele tomó un país dominado por el crimen y, a base de decisiones audaces, pacificó las calles. No pidió permiso a la burocracia ni a los bienpensantes. En Italia, Meloni está devolviendo soberanía a su país, enfrentándose al chantaje de Bruselas. En EE.UU., el movimiento MAGA, con aciertos y errores, ha denunciado la corrupción estructural del «Estado profundo» y ha intentado devolver el poder al ciudadano medio.
Todos ellos entendieron que el mundo ha cambiado. Que no hay lugar para la tibieza. O reformas o desaparición. España necesita cirugía, no parches: reducción real del tamaño del Estado, eliminación de subvenciones y redes clientelares, reforma profunda e inmediata de la Justicia, defensa sin complejos de la soberanía y de la ley. Y el PP no tiene ni el valor ni la voluntad de hacer nada de esto. Porque hacerlo sería dinamitar el ecosistema que les mantiene vivos.
No estamos en tiempos de gestión. Estamos en tiempos de rescate. Seguir confiando en quienes solo maquillan el desastre es cavar nuestra propia tumba. No se trata de buscar salvadores. Se trata de exigir reforma real, valor real, acción real. No hay más tiempo.
Y el PP, lo lamento, es parte del ayer. No del futuro que necesitamos construir.
Descubre más desde Entre la Verdad y el Abismo
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.