Apagón: la teoría más sencilla suele ser la correcta

En las últimas horas, las redes se han llenado de teorías sobre el apagón. Algunas de ellas parecen sacadas de una sesión de brainstorming entre Mulder y Scully: sabotajes internacionales, conspiraciones para instaurar una dictadura digital, experimentos secretos de energía libre… Vamos, que solo falta que reaparezca Elvis.

Sin embargo, un principio fundamental de la lógica nos invita a aplicar la navaja de Ockham: «en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta». Y en este caso, queridos lectores, la respuesta no está en las estrellas ni en oscuros consejos de villanos: es mucho más terrenal. Es, lisa y llanamente, incompetencia.

No la incompetencia ligera, esa que se tolera en cualquier administración. No. Estamos hablando de incompetencia de denominación de origen, esa que se cultiva con esmero en ciertos despachos, madura en la falta de autocrítica y se embotella en currículums sospechosamente breves.

La receta perfecta para el desastre

Empecemos por lo obvio: vivimos en un país donde parte del Consejo de Ministros parece elegido tras un concurso de «Adivina qué es un kilovatio». Personas que consideran que la energía simplemente «está en el enchufe» y que gobernar un sistema eléctrico nacional es similar a poner y quitar regletas.

Si a esto le sumamos:

  • Decisiones apresuradas para cerrar centrales nucleares sin alternativas reales,
  • Una dependencia cada vez mayor de energías intermitentes sin respaldo suficiente,
  • Una red eléctrica gestionada por antiguos ministros, muchos de ellos con carreras más políticas que técnicas,

el coctelazo está servido. ¿Culpar a un enemigo exterior? Tentador. ¿Pensar en un código oculto? Estimulante. Pero no: esto es simplemente una torpeza de proporciones industriales.

Red Eléctrica: del despacho al desastre

La gestión de Red Eléctrica en los últimos años parece un caso de estudio en «cómo no dirigir una infraestructura crítica». Algunos de sus responsables llegaron al cargo con más méritos en las juventudes políticas que en ingeniería. Porque, claro, ¿qué falta hace estudiar si el partido te pone en el sitio adecuado?

Imaginen a alguien que nunca ha pilotado un avión, pero que consigue dirigir una torre de control porque «ha viajado mucho en Ryanair». Pues eso.

Sánchez y la energía: una historia de amor a ciegas

No podíamos dejar fuera al incombustible Presidente. En su ánimo de permanecer en el poder más allá de lo razonable, ha colocado piezas en el tablero cuyo único currículum demostrable es la lealtad personal.

La energía, como tantas otras áreas, se ha convertido en moneda de cambio. No importa la competencia, no importa el mérito: importa la obediencia. Resultado: un sistema eléctrico que, como un castillo de naipes, se tambalea al primer soplo de viento.


Las primeras 6 horas: una tragicomedia

Mientras el país se quedaba sin electricidad, en Moncloa la escena era digna de un guión cómico:

(Sánchez entra en la sala de crisis, rodeado de sus ministros y asesores)

Sánchez: — «A ver, ¿quién lo ha roto?»

(Se miran entre ellos, silenciosos)

Técnico: — «Presidente, ha habido una caída generalizada por falta de respaldo en la red…»

Sánchez: — «¿Respaldo? Yo he dado mi respaldo a todos los ministros. ¿No es suficiente?»

(El técnico suspira)

Ministro 1: — «Presi, mejor no entremos en detalles técnicos… Contener. Esa es la palabra.»

Ministro 2: — «Exacto. Contener y sonreír.»

Asesor de Comunicación: — «Presidente, salga a decir que estamos estudiando lo ocurrido, que todo está bajo control y que pronto recuperaremos la normalidad.»

Sánchez: — «¿Pero qué ha pasado exactamente?»

(Asesores y ministros se miran. Finalmente uno dice:)

Ministro 3: — «No lo sabemos, pero da igual. Lo importante es que usted transmita seguridad.»

Sánchez: — «Vale. Entonces… digo que ha sido un incidente transitorio y palante, ¿no?»

Asesor: — «Eso, Presi. Vaguedades. Y palante.»

(Se oyen aplausos espontáneos en la sala)

(Entra un asesor de imagen corriendo, agitado)

Asesor de Imagen: — «Presidente, urgente: ¡elija corbata azul! El azul transmite calma y serenidad.»

Sánchez: — «¿Y si mejor me pongo la chaqueta de cuero que me queda tan bien en las fotos?»

Asesor de Imagen: — «Mmm… solo si también mira hacia el horizonte en la foto, como pensando en el futuro.»

Ministro 4: — «Y sonriendo levemente, ¿eh? Que no se note que no tenemos ni idea.»

(Entran en acción los redactores del discurso improvisado)

Redactor 1: — «Palabras clave, jefe: ‘tranquilidad’, ‘unidad’, ‘resiliencia’, y una pizca de ‘transformación verde’.»

Redactor 2: — «Eso, eso. Y meta algún tecnicismo suelto como ‘carga basal’ o ‘fluctuación de demanda’. No importa que no se entienda.»

Sánchez (tomando notas): — «Basal… ¿cómo era eso?»

Técnico (murmurando): — «Con que no diga ‘pistacho’ en vez de ‘basal’, vamos bien.»

Finalmente, tras horas de caos coreografiado, Sánchez sale a hablar al país.

Sánchez: — «Ciudadanos y ciudadanas, estamos ante un pequeño episodio de fluctuación energética transitoria. Nuestro compromiso con la resiliencia sostenible y la transformación verde es absoluto. Juntos, como país, superaremos este desafío transitorio con la misma energía… que ahora mismo nos falta un poco, pero volverá pronto.»

(Aplausos automáticos, fotos, hashtags trending y todos a casa a oscuras).

«Aquellos polvos, estos lodos»

Hay una lección dolorosa aquí: los políticos no son seres mitológicos. Son el reflejo de quienes los votan, o al menos de quienes se abstienen de votar con cabeza. Cada papeleta sin pensar, cada «me da igual, todos son iguales», cada «bah, éste me cae simpático» ha contribuido, grano a grano, a construir esta duna de ineptitud.

Cuando uno vota sin mirar los currículums, cuando no exige formación ni experiencia, cuando la gestión de la cosa pública se convierte en una extensión de batallas de Twitter, el resultado es éste: ministros que no sabrían distinguir entre una resistencia eléctrica y una resistencia francesa.

¿Y ahora qué?

Ahora veremos una operación de blanqueo express:

  • «Ha sido una situación extraordinaria.»
  • «Los sistemas han respondido heroicamente.»
  • «Estamos trabajando para que no vuelva a pasar.»

Todo ello acompañado de la obligatoria ronda de selfies sonrientes, porque ¡ay! nada mata más la preocupación ciudadana que una buena foto con filtro.

Pero la realidad seguirá ahí: mientras no se exija competencia real, mientras la política siga siendo un refugio de mediocres, mientras los altos cargos sean premios de consolación para quienes pierden elecciones, estaremos condenados a vivir no en el primer mundo, sino en un mundo de «primer aviso».

Conclusión: menos conspiranoia, más exigencia

No, no hace falta un complot internacional para explicar el apagón. Solo hacen falta años de políticas erráticas, desprecio por el conocimiento técnico y una fe absurda en que todo se puede arreglar a base de propaganda.

Quizás el primer paso para evitar futuros apagones no esté en construir más baterías ni en legislar más energías verdes. Quizás el primer paso esté en algo mucho más sencillo: dejar de poner al frente de cosas serias a gente que no distingue entre voltios, watios y votos.

Aviso a navegantes

La próxima vez que vea una campaña electoral llena de sonrisas, trajes entallados y promesas de «cambio», recuerde: lo importante no es el eslogan, sino si quien lo pronuncia sabría, en caso de emergencia, distinguir un disyuntor de un exprimidor.

Porque un país puede sobrevivir a muchos desafíos, pero no a un apagón de sentido común en su clase dirigente.

La estupidez, a diferencia de la electricidad, no necesita respaldo: siempre encuentra el modo de seguir funcionando.


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