Ya basta. Nos están tomando por imbéciles

Querido lector, no sé cuánto más vamos a aguantar este circo nauseabundo en el que han convertido el Gobierno de este país. Ya no hablamos de un error, de un desliz, de un mal asesoramiento, no. Hablamos de corrupción hasta las trancas, de escándalos en cadena, de tramas de mordidas, de comisiones, de familias enteras beneficiándose mientras a ti te exprimen a impuestos hasta por respirar. Y en medio de todo esto aparece el presidente, Pedro Sánchez, con cara compungida, con el gesto torcido, como si la lágrima estuviera a punto de brotarle, para pedir perdón. Como si eso sirviera de algo. Como si la indignidad se pudiera purgar con un «me equivoqué». No señor. En política no se pide perdón, en política se dimite. Pero claro, para dimitir primero hay que tener vergüenza, honor y respeto por los ciudadanos, y de eso aquí ya no queda nada.

La realidad es mucho más sórdida. Un presidente rodeado de escándalos por todos lados, con miembros de su partido implicados en cobros de comisiones vergonzantes, con familiares investigados, con un hedor a cloaca que ya ni los suyos intentan disimular, y aún así ahí sigue, aferrado al sillón, apelando al sentimentalismo barato, haciéndose la víctima, como si todo esto le estuviera ocurriendo por mala suerte y no por haber construido un ecosistema podrido desde sus propias filas. Nos mean en la cara cada semana y encima tenemos que darles las gracias porque se dignan a pedirnos disculpas como si fuésemos una panda de críos.

Pero lo más repugnante es el silencio cómplice de los socios de gobierno. Ahí siguen los que se llenaban la boca hablando de regeneración democrática, de la nueva política, de acabar con la corrupción. Ahí están ERC, Bildu, PNV, Sumar y demás ralea, callados, tragando, mirando hacia otro lado porque mientras el chiringuito aguante, mientras sus cuotas de poder sigan intactas, mientras sigan rascando sus privilegios, todo vale. No importa cuántas tramas aparezcan, cuántos contratos amañados, cuántos familiares se enriquezcan a costa del erario público, aquí ya no hay líneas rojas. La degeneración política ha alcanzado un nivel en el que ya no queda ni decoro ni decencia.

Esta gente no gobierna, se perpetúa. Se han instalado en el poder como si fuese un cortijo privado, donde los intereses generales son lo de menos. ¿Qué le pasa a este país? ¿En qué momento normalizamos que quien tendría que estar presentando la dimisión sale en rueda de prensa con tono de mártir? ¿Desde cuándo aceptar responsabilidades se ha convertido en un acto de heroicidad en lugar de en una obligación moral? Lo peor no es ya la corrupción, lo peor es el nivel de manipulación al que nos someten para justificarla.

Nos han despojado de todo: de nuestra capacidad de asombro, de nuestra paciencia, de nuestro respeto por las instituciones. Y mientras tanto, los impuestos siguen subiendo, los servicios siguen deteriorándose, los jóvenes siguen sin futuro, los autónomos siguen arruinándose, las empresas siguen asfixiadas. Y ellos ahí, blindados, con sus sueldos públicos, sus privilegios intactos, sus asesores a dedo y su aparato de propaganda funcionando a pleno rendimiento para convencernos de que el problema somos nosotros que protestamos.

Esto no es política, esto es psicopatía de Estado. Narcisistas profesionales rodeados de una corte de palmeros que solo buscan su propio beneficio, mientras la gente honrada carga con el peso de un país cada vez más roto. No hay honor, no hay vergüenza, no hay servicio público. Solo hay codicia, poder y manipulación. Y lo más grave es que lo han normalizado. Ya nadie se escandaliza. Hemos asumido que robar, mentir y parasitar es parte del juego político. Ellos lo saben y lo explotan.

Nos merecemos algo mejor. Mucho mejor. Nos merecemos servidores públicos de verdad, gente que entienda que estar en política es un honor, no un negocio personal. Gente con principios, no con cuentas bancarias hinchadas a costa del contribuyente. Nos merecemos políticos que cuando estallan casos como estos no salgan a hacer teatrillo ante las cámaras, sino que cojan sus cosas y se vayan a su casa por dignidad.

Pero no. Aquí seguimos. Ellos robando y nosotros pagando. Ellos haciendo teatro y nosotros tragando. Ellos blindando su poder y nosotros esperando milagros. Y la rueda sigue girando. Porque, al final, saben que siempre habrá quien les compre el discurso, quien defienda lo indefendible, quien justifique lo injustificable. Así funciona la maquinaria de la degradación democrática.

Y mientras tanto, querido lector, nos siguen meando en la cara. Y todavía pretenden que les demos las gracias.


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