La segunda cara de la degradación: el silencio de los sindicatos y la traición de la prensa

Querido lector, si lo que vimos en la primera parte del espectáculo político es un insulto a la inteligencia colectiva, lo que está ocurriendo con los dos grandes pilares que supuestamente debían actuar como contrapeso —los sindicatos y la prensa— es directamente una traición. Una vergüenza institucionalizada. Un silencio comprado. Un espectáculo obsceno donde los guardianes de los derechos de los ciudadanos y los vigilantes del poder se han convertido en perros amaestrados del propio sistema.

¿Dónde están CCOO y UGT? ¿Dónde están esos sindicatos de clase que durante décadas presumieron de ser los defensores de los trabajadores, de plantarse frente a los abusos, de sacar a la gente a la calle cuando los gobiernos gobernaban para sí mismos y no para el pueblo? Ahora no se les oye. No se les ve. No se les espera. Han desaparecido en combate. Porque claro, cuando uno vive subvencionado hasta las cejas por el propio Gobierno al que debería fiscalizar, cuando se recibe financiación directa, prebendas, acuerdos millonarios, cursos de formación pagados con dinero público, convenios, favores… ¿quién es el valiente que muerde la mano que le da de comer? Nadie. Ni uno solo. No es casual que en medio de este tsunami de corrupción institucional, de estafa masiva al contribuyente, de inflación desbocada y de presión fiscal asfixiante, los sindicatos estén callados como tumbas. No hay protestas. No hay manifestaciones. No hay comunicados encendidos. No hay huelgas generales. Solo hay silencio, comodidad, y el estómago bien lleno.

El sindicalismo de este país ya no es un contrapeso, es un brazo más del propio Estado clientelar. Su única misión ahora es mantener su estructura, sus liberados sindicales, sus dietas, sus despachos y su cómodo estatus de pseudo-funcionariado subvencionado. Les importa un carajo la clase trabajadora real, los autónomos arruinados, los jóvenes condenados a la precariedad eterna o los empresarios pequeños que ahogan bajo el BOE. Lo único que defienden es el régimen que les mantiene gordos y felices. Son cómplices de la degradación democrática porque forman parte del sistema que perpetúa el saqueo.

Pero lo más doloroso, lo más repugnante, lo que explica gran parte de la podredumbre que vivimos es lo que ha ocurrido con la prensa. La que se autoproclamaba “el cuarto poder” hace tiempo que se vendió al mejor postor. Ya no hay prensa. Hay propaganda. El periodismo en España se ha convertido en una máquina de blanquear al poder de turno, de engrasar el relato oficial, de anestesiar a la población con titulares de humo, cortinas de humo y tertulias infectadas de voceros a sueldo. Los medios ya no informan, ya no fiscalizan, ya no destapan escándalos, ya no incomodan a los poderosos. Al contrario: los protegen. Porque su supervivencia económica ya no depende del lector, ni del anunciante privado, ni de su credibilidad, sino de las millonarias subvenciones públicas, las campañas institucionales, los patrocinios encubiertos y la publicidad gubernamental. Son los nuevos comisarios ideológicos.

Hoy el Gobierno reparte millones a manos llenas entre los grandes grupos mediáticos, a cambio de lealtad, de silencio, de titulares dóciles. Mientras tanto, los pequeños medios independientes mueren lentamente, asfixiados, sin recursos, porque no forman parte del reparto de favores. Es un modelo soviético disfrazado de democracia occidental. El mensaje está perfectamente controlado: lo que no interesa al poder, no existe. Lo que les molesta, se oculta. Y si alguien osa alzar la voz, se le persigue, se le criminaliza, se le ridiculiza o se le arrincona hasta su desaparición mediática.

No es casualidad que en los últimos 10 o 20 años hayan desaparecido decenas de cabeceras, que las tertulias de televisión sean un teatrillo de voceros con carné, que los informativos sean boletines oficiales, que los periodistas críticos se cuenten con los dedos de una mano y estén sistemáticamente perseguidos o expulsados. Han domesticado a la prensa. La han convertido en un perro faldero del Gobierno. Y especialmente con este último Gobierno la sumisión alcanza cotas grotescas. Nunca antes el Estado había financiado de forma tan descarada a los medios de comunicación como lo hace ahora. Nunca antes los medios habían defendido tan abiertamente los abusos del poder como lo hacen ahora. Nunca antes el periodismo se había degradado a este nivel de servilismo.

Y el resultado, querido lector, es el que ves cada día. Un país sumido en una corrupción estructural, en un deterioro institucional escandaloso, en un saqueo fiscal permanente, con un Gobierno que insulta nuestra inteligencia cada vez que abre la boca, y con unos sindicatos y una prensa que han traicionado su propia razón de ser. Y nosotros, los ciudadanos, asistimos impotentes a esta tomadura de pelo continua mientras nos vacían los bolsillos y nos roban el futuro.

Nos merecemos algo infinitamente mejor. Nos merecemos un sindicalismo de verdad, que defienda al trabajador y no al Gobierno. Nos merecemos un periodismo de verdad, que fiscalice al poder, no que lo adultere. Nos merecemos políticos que sirvan a la nación, no a sus cuentas corrientes. Nos merecemos instituciones limpias, transparentes, honorables. Nos merecemos dignidad. Porque lo que tenemos hoy es simplemente un sistema profundamente degenerado donde la mentira, el saqueo y la manipulación ya ni se disimulan.

Y lo más insultante, es que encima, después de mearnos encima, todavía pretenden que les demos las gracias por haberlo hecho «con lágrimas en los ojos».


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